
Observando en Colibrí… por Nuria Sanz
Nuria Sanz es una alumna de La Violeta que ha pasado unos días con nosotros en su periodo de formación, como observadora… estas son sus notas, y sus vivencias en estos días ¡Gracias por compartirlo con nosotros! Os dejamos con su relato…
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A los pies del Monte Abantos y bajo la imponente mirada del Monasterio de el Escorial se encuentra Colibrí. En la fría y nublada mañana del 30 de enero y siguiendo las indicaciones de mi GPS entro en la Calle Lepanto continuando hasta el final. A los ojos de la gente normal, nada hace indicar que en ese número 21 se encuentre un lugar especial. Pero, como he dicho, a los ojos de la gente normal…
Al llegar las nueve de la mañana no hay movimiento, ¿me habré equivocado de sitio? ¿estará cerrado?… Calle arriba baja caminando una mujer, abrigo negro, gorro y botas para protegerse del frío serrano. Más adelante descubro que se trataría de María.
Aparece también un coche del que se baja un pequeño rubio con los mofletes rojos que parece no sentir el frío seguido por su papá. De pronto, las tres figuras confluyen en la puerta, espero en el coche hasta que oigo el subir de persianas. Me dirijo a una puerta verde con un cartel que tiene un precioso colibrí de papel que anuncia la entrada a un lugar mágico, un lugar de, por y para la infancia, donde los niños y las cosas de los niños son sagradas. Que semana más emocionante me espera, me digo para mí y que nerviosa me encuentro, como si en vez de a observar, yo fuera a ser la observada. ¿Seré lo suficientemente invisible?, ¿Incomodará mi presencia? ¿Será la pedagogía activa solo postureo, o será verdad? ¿me llevaré una desilusión con respecto a mis ideas de que efectivamente otra educación es posible? Llena de dudas abro la puerta, adelante Nuria, vamos allá…
Colibrí está habitado por 24 niños y niñas de entre 2 y 6 años y 5 adultos que los acompañan y que me han acompañado a mí durante estos cinco días.
En Colibrí el tiempo no pasa, sino que fluye como las aguas de un río, y como corriente que no para, cada acontecimiento ocurre una vez y no se vuelve a repetir, y afortunados somos los que de él hemos disfrutado.
Tras estos días junto a Natalia, Colin, María, Sonia, Joana y los pequeños que allí están puedo decir que en Colibrí hay una suerte de danza, una bella coreografía con gestos lentos, amables, respetuosos y armoniosos, los niños van y vienen pero al ritmo de una melodía marcado por su propio interés y su propio corazón. Los acompañantes tienen una presencia que seguriza, contiene, acompaña, respeta y tiene en cuenta a cada uno de los pequeños que habita en Colibrí.
En Colibrí huele a naturaleza, huele a respeto, a amor, confianza y conocimiento, un profundo conocimiento de los niños, de las características evolutivas del momento en que se puede encontrar y además de un profundo conocimiento de cada pequeño que acude allí a diario, sus costumbres, sus gustos, su historia familiar y personal. Cada niño y cada niña que forman parte de Colibrí es aceptado, A C E P T A D O, como es, sin más, tal cual; sin intentar cambiarlo, corregirlo, enseñarlo. Nada, solo lo acompañan con discreción cuando el niño no necesita a nadie más que a sí mismo y al que ayudan en sus bloqueos cuando los hay tendiendo una mano que acaricie su espalda, o ponen palabras a aquello que no saben expresar más que por gritos, enfados…
En Colibrí he vivido encuentros, encuentros de miradas, de miradas entre niños, de miradas de niños con adultos, de acompañantes entre ellos. Hay encuentros de historias, que son escuchadas y recordadas y tenidas en cuenta por los acompañantes, que incluso sin haber estado cuando el niño o la niña las ha contado, ya se han encargado de pasar esa información puesto que ha sido algo importante para ese niño y si ha sido importante para él, todos deben tenerlo en cuenta. Hay escucha y hay interés por las cosas de los niños, y no es un simple eslogan publicitario, es una realidad que se percibe en los pequeños detalles de la cotidianidad. Y estos pequeños detalles son los que marcan las grandes diferencias, a mayor eslogan menor es la verdad del mensaje, y cuanto más humilde es el mensaje, más real es.
Una alfombra redonda cerca del gran ventanal desde donde se ve el jardín, quien llega y quien se va, las montañas cuando no hay niebla, es el marco perfecto para que estas miradas y estos encuentros se hagan realidad, no hay un adulto enfrente de un grupo de niños, sino que todos están en el mismo círculo, todos forman parte de algo, y cada uno de los que están en ese círculo es importante. En esa alfombra todos son iguales y todos son diferentes, pero todos son valiosos, únicos y auténticos.
En Colibrí hay permiso para HACER, dentro de unos límites y normas muy claras y consensuadas, conocidas y respetadas por todos; hay permiso para ESTAR, estar como cada uno se encuentre en ese momento, contento, enfadado, triste, eufórico, melancólico… y hay permiso para SER, para ser auténtico, sin fingir, sin necesidad de contentar a nadie. HAY PERMISO.
En Colibrí, al igual que en la Infancia, hay movimiento y hay calma, hay ruido y hay silencio, hay caos y hay orden, pero en un equilibrio difícil de explicar, que sólo si se vive y se forma parte de él, aunque hayan sido 5 días, se puede llegar a entender.
Ha habido enfados, caídas, llantos, como los hay en la vida real que todo niño vive, pero en contra de lo que se piensa, no han sido edulcorados con frases de “ya está”, “no ha sido nada” “venga que tú eres muy valiente”… No. Estas vivencias han sido contenidas por unos brazos que han dado consuelo todo el tiempo que han necesitado, han puesto palabras a momentos dolorosos de echar de menos a mamá, en unos brazos que no han tenido prisa por que ese momento pasara, sino que han ofrecido toda su atención, todo su tiempo y todo su ser para contener ese dolor, que a lo mejor para nosotros los adultos no es nada, pero que para un niño es un todo, su todo, puesto que es a su mamá a quien echa de menos, y su
mamá es su mundo, y por ellos si es importante para el niño, entonces es muy importante para nosotros también. 1(Extracto del suceso: a L. (4 años) estando en la sala de colchonetas, le pisan en el tobillo lo que le provoca un fuerte dolor. Comienza a llorar enérgicamente y a llamar a su mamá. María (acompañante) lo envuelve con sus brazos y comienza a acunarle y acompaña los gritos de L. llamando a mamá diciéndole en una especie de susurro “te acuerdas de mamá verdad” , “mamá me acuerdo de ti”. Continuó acunando a L. todo el tiempo que hizo falta, el que fuera, no importaba. De hecho, los demás niños de la sala llaman a María pidiéndole que le ponga unas telas… y María les dice: “estoy con L., ya sé que querías una tela desde hace un rato, pero ahora estoy con L., se ha hecho daño”. Al niño que ha hecho daño a L., María, con todo su respeto, calma y cariño le pide: “J. cuida tu cuerpo y el de los demás por favor.”). Cuida tu cuerpo y cuida el de los demás, creo que son las palabras más bellas, sensibles y cargadas de significado que tendrían que repetirse a diario cada persona delante de un espejo, y que se han grabado en mi corazón para siempre, gracias María.
Este simple ejemplo fue suficiente para darme cuenta de la calidad y la calidez humana de las personas que acompañan en Colibrí.
A pesar del frío que hizo toda la semana, la lluvia, etc… en Colibrí había vida fuera de las paredes de la casa; no importaba la climatología, no era un problema, era una oportunidad. Nunca un charco fue tan charco como cuando saltaban cogiendo carrerilla para ver quien llegaba más lejos o quien salpicaba más fuerte.
Escuchar las voces de los niños en la calle en una época en que apenas se oyen, si siquiera cuando brilla el sol, me hacía pensar en lo afortunados que eran estos niños frente a los que se encontraban en los colegios en esos mismos momentos “encerrados” y “atados” a las películas puesto que en la calle llueve y no “se puede salir a la calle”. Mi reflexión cada mañana en los momentos en que nos encontrábamos en el jardín era ¿por qué no se puede salir a la calle cuando llueve? ¿para quién es incómodo que los niños se encuentren en la calle?¿para los propios niños? No. Más bien para el adulto, al que le genera la incomodidad primero de tener que preparar a los niños con ropa para el agua, o bien cambiarle de ropa después de haber estado fuera. O tener que dar explicaciones a una familia que sólo entiende el tiempo escolar como un tiempo de espera mientras ellos van a trabajar y que cree que si está en la calle cuando llueve generará un resfriado en el pequeño que le obligará a permanecer en casa, perdiendo así días de vacaciones… Es un argumento cíclico que solo se resume en que la infancia es un momento molesto e incómodo para esta sociedad y que solo desea que pase rápido. Por eso se adelantan los momentos, de enseñar a leer con 5 años, hacer fichas con 2 años, y mostrar “bits de inteligencia” a bebés. Al final lo único que están consiguiendo ya son “preuniversitarios con chupete y pañal”, que al llegar la edad de 10 años padecen tal desmotivación por todo en general que lleva al fracaso no solo escolar sino vital.
1 Creo que es necesario describir la situación concreta debido a lo bonito y cuidadoso de María (acompañante) con L.
Ninguno de estos argumentos se conciben en Espacios de Infancia como es Colibrí., donde entienden, sienten y están seguros y confiados de que los niños necesitan estar en contacto con la Naturaleza en cualquiera de las formas que ésta se presente. Puesto que sólo lo que ocurre en la Naturaleza es real, y les conecta con el mundo que les rodea y con ellos mismos, con sus pensamientos, y les lleva a utiliza, sin ellos ser conscientes, el método científico de formular hipótesis, observar y sacar conclusiones para comprender la vida. Comprender hechos como que cuando llueve, si levantas piedras o excavas un poco aparecen las lombrices. Lombrices que no aparecen porque nosotros (adultos) se lo digamos o las pongamos allí (esto parece una obviedad, pero en muchos sitios se crean situaciones ficticias y artificiales que simulan lo que ocurre en la naturaleza que se encuentra a su lado, a la cual no se acude pues es incómodo) sino porque ellos lo han vivido, lo han tocado y lo han visto. Y el adulto simplemente espera, observa, en algunos momentos se interesa por lo que han descubierto si lo considera oportuno, puesto que la mayoría de las veces los niños están tan abstraídos en sus cosas que no necesitan de nosotros adultos para nada, con lo que intervenir en ese momento sería una intromisión en aquello que no nos importa. Simplemente estaremos agradecidos de que nos permitan ser testigos de sus descubrimientos, sus reflexiones y sus conversaciones.
El adulto confía en el niño y confía en su proceso. Y yo, al haber podido estar presente en algunos de estos momentos, confío en el genero humano, y pienso que es posible otra educación, que está ocurriendo, en silencio, pero existe. Existen adultos que confían en los niños como tantas veces he leído en los libros de los Wild, de Malaguzzi, de Montessori… Existe María, Colin, Natalia, Sonia y Joana.
En lugares como Colibrí hay vida y hay libertad. Decir que hay vida en un sitio donde hay personas resulta otra obviedad incluso absurda, pero si se analiza lo que significa vida y lo que significa libertad, no es algo tan banal afirmarlo. Cuando digo que hay vida me refiero a que hay corazones latiendo cada uno a su ritmo, al suyo propio, y no a un único ritmo que marca un adulto desde fuera y al que todos deben latir, y si hay uno que late diferente, entonces hay que tratarle para que no se salga del ritmo único, para que todos los corazones sean monótonos y mono-tonos. Hay vida porque cada corazón tiene un latido que le hace único y junto a los demás corazones forman una suerte de orquesta con sonidos bellos y auténticos que la hacen única, lo que me hace recordar un momento en el que Natalia se encontraba acompañando a dos niños, hermanos, a L. de 3 años y a N. de 2 años. N. estaba golpeando con una barra marrón que pertenecía a la Escalera Marrón Montessori el resto de barras. Natalia le dice tranquila: “N, creo que tienes ganas de hacer música, pero esa barra no es un instrumento, voy a darte un instrumento para que hagas música”. Y baja una cesta que contiene distintos instrumentos musicales de percusión ofreciendo a N. unas claves para que las golpee. Su hermano que se encontraba también en la misma sala, también quiere un instrumento y Natalia le ofrece un xilófono. N. y L. comienzan a golpear los instrumentos. De pronto Natalia, con su saber estar y permanecer en la escena, simplemente coge unos timbales pequeños y les acompaña. No marca el ritmo, no anuncia ¡venga chicos vamos a hacer una canción! No hace de animadora, no hay necesidad. Los niños ya habían mostrado su interés por tocar los instrumentos, con lo cual no necesitan más, no lo están pidiendo
tampoco. Simplemente los tres tocan su instrumento. A esta particular orquesta se comienzan a unir más niños que escuchan los sonidos que salían del salón y Natalia continua ofreciendo instrumentos a los niños que van llegando. De la nada, surgió una melodía improvisada pero que sonaba armoniosa, donde todos tocaban lo que sentían, incluida Natalia que en ningún momento trató de organizar al grupo, simplemente les ofreció lo que allí había.
En cuanto a la libertad que antes mencionaba, me refiero a una libertad responsable, entendida como elecciones que uno hace y que lleva consigo unas responsabilidades y unas consecuencias que se asumen. No se entiende la libertad como un cheque en blanco que implica arrasar con todo bajo el estandarte de la libertad. Eso no sería libertad, sería egoísmo. Libertad en Espacios como Colibrí significa elegir el sitio o la actividad que va a llevar a cabo en ese momento, pero asume las normas que hay en ese lugar (por ejemplo plástica o la casita) y además asume que su libertad confluye con las libertades de los demás en sus elecciones. Y la libertad también lleva implícita unas responsabilidades, (si un niño elige estar y hacer uso del espacio de plástica, los materiales han de volver donde estaban), pero sin advertencias previas de esas responsabilidades. O si dentro de esa libertad se elige un juego que puede entrañar un riesgo, hay que asumirlo, pero sin sermones, sin lecciones de vida, puesto que el hecho mismo de ser un riesgo implica que pueda ocurrir o no.
¿En la educación libre, activa…hay límites? Esta es la eterna pregunta que surge a cualquier persona que se le habla de estos espacios. Comentarios como “ahí no hay normas”, “los niños hacen lo que quieren”, “están salvajes, maleducados”…. y así hasta el infinito.
Entiendo que estas afirmaciones se hacen desde la ignorancia, desde el desconocimiento, incluso desde la envidia más absoluta. Estas son los comentarios que yo me encontraba cada día al dejar Colibrí y entrar en mi escuela, lo cual me produce cierta pena, rabia y frustración, porque de verdad existen lugares donde el Niño es el protagonista de su propio aprendizaje, que no significa que el Niño sea EL PROTAGONISTA, pues no lo es más allá de su propia vida, de su camino. Un lugar donde el adulto, profesor, maestro, como lo queramos denominar no es más que un acompañante, una mano tendida hacia el niño por si necesita agarrarse, no una mano que tira de él pueda o no pueda seguir el ritmo pues hay que llegar a una meta en un momento determinado. Un lugar donde el adulto tampoco es el protagonista, que en ocasiones es el mal endémico de nuestra profesión. A veces pienso que hay unas carencias en ciertos maestros que compensan en las clases haciéndose los Todopoderosos que cuentan con el saber supremo y juegan y manipulan con la capacidad innata de los niños del buscar su propio conocimiento haciéndolos seres dependientes de ese ser Supremo que todo lo sabe.
Los niños no están sedientos de conocimiento, como se viene afirmando, no necesitan estimulación precoz, no necesitan el “cuanto antes, mejor”, necesitan un espacio adecuado, unos adultos Presentes y mucho Tiempo.
Los cinco días que he pasado en Colibrí han sido un regalo a mi persona. Esas frías mañanas han llenado y resuelto mis dudas sobre hacia donde guiar mi camino personal. Y sin temor a equivocarme afirmo sin dudas ya, que “OTRA EDUCACIÓN ES POSIBLE” y además añadiría que “ES NECESARIA Y URGENTE”, puesto que nuestros niños, los que no tienen la oportunidad de ir a espacios como Colibrí son niños que se están volviendo grises, no tienen color, sus manos no brillan, y eso no lo podemos permitir. El camino no será fácil.. El resultado será el que cada persona quiera que se convierta su vida, pero el proceso merece la pena. Al igual que merece la pena asumir el riesgo de nadar a contracorriente como los salmones cuando nadan río arriba.
Cierro la puerta de Colibrí el viernes y dejo atrás un cuaderno lleno de notas, de dibujos, de frases y unas vivencias que me van a acompañar siempre, que van a sentar una base en mi manera de estar y en mi manera de ser acompañante, ya nunca maestra, pues el título de maestro nos viene grande a cualquiera. Nunca somos maestros de nada, y siempre aprendices de todo.
Nuria Sanz García Enero-Febrero 2017