En Colibrí entendemos que la infancia necesita espacios donde el aprendizaje se viva con el cuerpo, la emoción y la curiosidad despierta. Por eso, nuestro huerto no es solo un rincón verde: es un ambiente vivo que crece junto con las niñas y los niños, y que cada día les regala la oportunidad de descubrir, experimentar y participar en el ciclo de la vida.
El contacto directo con la naturaleza forma parte esencial de nuestra propuesta pedagógica. Desde los primeros pasos, buscamos que cada criatura se sienta parte de su entorno, respetando a todos los seres vivos y desarrollando un vínculo de cuidado mutuo. Esa filosofía la aplicamos no solo en el huerto, sino también en nuestro acompañamiento educativo diario. Si quieres conocer más sobre nuestra manera de trabajar desde la infancia, puedes visitar nuestro apartado de proyecto
El huerto como escenario de descubrimientos cotidianos
Cada mañana, al salir al jardín, las y los peques de Colibrí encuentran un mundo en constante transformación. A veces son las lechugas recién abiertas, otras los tomates que empiezan a ponerse rojos, o las fresas escondidas bajo las hojas que esperan ser recogidas. Siempre hay algo nuevo, porque la naturaleza no se detiene: es un proceso vivo que cambia con las estaciones, y que nos enseña a esperar, observar y cuidar.
En nuestro huerto crecen acelgas, pimientos, higos, fresas, frambuesas, grosellas, lechugas, tomates y menta, además de árboles frutales como manzanos, ciruelos, almendros y cerezos. También tenemos plantas aromáticas como lavanda y romero, que despiertan los sentidos con sus fragancias. Para niñas y niños es fascinante poder diferenciar olores, reconocer texturas y probar sabores distintos según la temporada.
Aprender haciendo: plantar, regar, cuidar, cosechar
La vida en el huerto no es solo observar: implica también participar activamente. Desde la siembra de semillas hasta el riego en los días soleados, cada gesto es una oportunidad de aprendizaje. Regar es una de las actividades favoritas: sienten la responsabilidad de que sus plantas dependan de su cuidado.
Cuando llega la cosecha, la alegría se multiplica: las manos pequeñas recogen tomates brillantes, acelgas tiernas o frambuesas dulces. Después, degustan juntos lo que han recogido, comprendiendo que la alimentación también tiene raíces en la tierra.
Además, trabajamos con materiales naturales y cuidamos nuestro huerto sin dañar a los seres que lo habitan. Al encontrar insectos o animalitos, aprendemos a diferenciarlos: algunos ayudan al huerto y otros no, pero a ninguno se le hace daño. Si es necesario, lo trasladamos a otro lugar. De esta manera cultivamos respeto profundo por la vida en todas sus formas.
Cuando alguna planta termina su ciclo, aprovechamos sus restos para hacer compost, devolviendo a la tierra lo que ella nos ha regalado. Así, niñas y niños descubren que todo forma parte de un ciclo y que la naturaleza siempre encuentra la manera de renovarse.
El aprendizaje se amplía también a la escritura: las niñas y los niños elaboran carteles para identificar las distintas plantas, lo que les permite practicar letras y palabras en un contexto con sentido y utilidad real.
La naturaleza como maestra
La filosofía de la educación viva nos recuerda que el aprendizaje no está solo en los libros ni en las aulas, sino en la experiencia diaria y en la relación con el mundo. El huerto es un claro ejemplo de ello: allí se despiertan los sentidos, se ejercita la paciencia, se fomenta la responsabilidad y se comprende que cada ser cumple un papel en el equilibrio natural.
Este contacto con la tierra se relaciona también con propuestas pedagógicas como las de Montessori, Dewey o Freinet, quienes defendían que el huerto es un espacio privilegiado para integrar conocimientos y actitudes. En Colibrí lo comprobamos cada día: niñas y niños aprenden matemáticas al contar semillas, ciencia al observar ciclos de crecimiento, escritura al crear carteles, y valores al compartir las tareas de cuidado.
Más allá del huerto: un jardín que acompaña el crecimiento
Nuestro jardín es un lugar amplio, lleno de árboles y rincones variados. En uno de los espacios más soleados se encuentra el huerto, pero alrededor hay diversidad de plantas que invitan a jugar, explorar y descansar. El entorno natural se convierte así en un aliado de la infancia: promueve el movimiento libre, estimula la imaginación y permite que cada criatura encuentre su propio ritmo.
Además, al estar en contacto con procesos naturales, los niños y niñas desarrollan habilidades que van más allá de lo académico: aprenden a trabajar en equipo, a resolver conflictos, a observar con detalle y a sentirse parte de un ecosistema más grande.
Una invitación a crecer juntos
En Colibrí sabemos que la naturaleza es la mejor maestra. Nuestro huerto es un reflejo de esa convicción: un espacio de aprendizaje, juego, respeto y conexión profunda con la vida. Cada semilla plantada, cada fruto cosechado y cada olor percibido es una huella en el camino de una infancia que aprende a mirar el mundo con gratitud y cuidado.Si quieres saber más sobre nuestro proyecto educativo o venir a conocer de cerca cómo vivimos la educación respetuosa y viva, te invitamos a ponerte en contacto con nosotras.